Que Costa Rica es verde lo sabe todo el mundo. El pequeño país centroamericano –podrías ver amanecer en el Atlántico y te daría tiempo de viajar en coche para ver el atardecer en Pacífico– se ha preocupado por el medioambiente desde hace años. Aunque hablar de medioambiente no tendría sentido sin hablar de la cultura indígena de Costa Rica.
En el país hay playas paradisíacas, ríos y cataratas excepcionales, montes nubosos, selvas, volcanes espectaculares. Tiene parques nacionales y una biodiversidad que se calcula representa el 6 % mundial. Es el hogar ancestral de los indígenas originarios de Costa Rica.
En el Museo Nacional de Costa Rica, en San José, se expone un fragmento de “Elogio de un inmigrante” (Víctor Hugo Acuña) en el que se lee: “Desde el fondo de los tiempos siempre hubo alguien antes que nosotros, alguien a quien desplazamos, alguien que nos marginó, alguien con quien luchamos y alguien con quien al final nos confundimos”. Y en esa forma de sentir, es donde nace la riqueza étnica de Costa Rica; las crisis demográficas no destruyeron del todo las raíces precolombinas. Sin los indígenas, exponentes de la armonía y amor entre la naturaleza y el ser humano, de nada valdría ostentar la etiqueta de país verde.
Buenos exponentes de este indigenismo son los bribris –en Costa Rica además, están los borucas, térrabas o teribes y guaymíes en el Sur; los malekus, al norte; y los chorotegas en Matambú, Nicoya y los huetares en Quitirrisí–.
La tierra de los bribris
Ir al encuentro de los bribris es ir al caribe costarricense, en el Cantón de Talamanca: un viaje espectacular hacia los orígenes. Y si los ticos son famosos por el trato afable, estas tierras caribeñas se llevan lo mejor. De Limón hacia el sur, avanzamos por una carretera que nos lleva al Parque Nacional Cahuita. A un lado, la selva; al otro, el mar color turquesa del Caribe. En nuestro destino, todos los tópicos y más: rastas, sonrisas, colores vivos, Bob Marley y calypso sonando, surf, el rice and beans en la mesa, los atardeceres gloriosos entre palmeras.
En el Parque Nacional Cahuita se encuentran los arrecifes de coral más espectaculares del Caribe Costarricense. En sus aguas, hasta 123 especies de peces diferentes –entre ellas, tres tipos de tiburones y el colorido pez loro-. En la selva tropical, distintos tipos de monos, con los aulladores marcando territorio, y el gracioso pizote. Se puede hacer mucho en este paraíso: snorkel, buceo, senderismo, avistamiento de aves… E incluso no hacer nada y disfrutar del lento paso del tiempo bajo un cocotero.
Tras un rico desayuno –lo más seguro que sea el típico gallo pinto– hay que seguir viaje hacia tierras de los bribris. Para ello, iremos río arriba por el Río Yorkín. La Posada Rural Stibrawpa será la puerta de entrada al mundo fascinante de naturaleza y misticismo de estos indígenas. En 1985, fueron las mujeres de Yorkín –se trata de una sociedad que se organiza a través de clanes matrilineales– las que organizaron y fundaron la Asociación Indígena Stibrawpa con la finalidad de desarrollar nuevas actividades que les permitieran mantener su cultura y seguir conservando el bosque como sus antepasados les habían legado.
La aventura es ideal para familias que viajan con niños por Costa Rica. Nos recibirán con un Is be shkena (hola, como estás), porque han sabido y querido mantener su lengua. A lo que podremos responder Buae buae (muy bien). Los bribris son uno de los grupos étnicos más numeroso del país. De carácter muy independiente, no suelen agruparse en grandes grupos de poblaciones.
Los bribri siguen construyendo sus típicas casas cónicas talamanqueñas, continúan practicando el chamanismo, creen en su propio dios (Sibö) y siguen realizando entierros en los alrededores de sus casa, manteniendo los tradicionales cantos funerarios. La comunidad se preocupa por facilitar que el visitante conozca mejor su cultura. Los más pequeños quedarán fascinados con el criadero de iguanas verdes, con la posibilidad de bañarse en una cascada o conociendo de dónde sale el chocolate. Las mujeres fabrican artesanías como arcos y flechas de madera, bolsos y hamacas, que podremos comprar de recuerdo.
En la cosmogonía bribri, Sulàyöm representa el centro de la tierra y el cielo, el lugar desde donde Sibö (Sibú) trajo las semillas de maíz sagradas ditsö (ditsú) para plantarlas en una zona de la cordillera de Talamanca, que ellos llaman Suràyum (en bribri, Sulàyöm). Pasar un tiempo con los bribris permite comprender la importancia de la naturaleza en las culturas indígenas. Y es que de aquellas semillas divinas nacieron los bribris y otras tribus hermanas de Costa Rica.